Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo.
“EL HIJOPUTA ESE…”
Emilio J. Bernal
– ¿Por qué los
paquetes de salchichas siempre llevan siete salchichas? -pregunta doña Dolores
a Luis el tendero.
Luis, que conoce
a doña Dolores desde hacía veinte años, es consciente de que la anciana "pierde"
desde hacía un buen tiempo. Pero siempre fue una buena clienta, y aunque fueran
ya las diez de la noche y estuviera a punto de echar el cierre, Luis le da cancha.
– Doña Dolores,
¿como está su marido? -pregunta Luis a la anciana siendo consciente de que
Paco, su marido, falleció hace dos semanas.
– El
"hijoputa" ese dando por culo, como siempre.
Doña Dolores
siempre utilizó ese tipo de expresiones sin ningún tipo de maldad, y su
matrimonio había sido idílico hasta el final. Luis los recuerda como dos
abuelos cascarrabias que disfrutaban haciéndose rabiar mutuamente. Era su
peculiar manera de demostrarse amor, fruto de cincuenta y seis años de
soportarse sus manías.
– ¿Sabes que
pasa hijo? Que cuando le hago salchichas, el viejo siempre quiere cuatro y yo
me tengo que quedar con tres.
– ¿Y por qué no
compra usted dos paquetes?, así serán pares.
– Luis no me líes,
no me líes. ¿Para que quiero yo tantas salchichas?
El ding-dong de
la puerta del establecimiento suena y entra un chico joven que parece salido de
una película de Tim Burton. Doña Dolores se lo mira de arriba abajo con cara de
asco a lo que el joven responde de igual manera y acto seguido se dirige a
Luis.
– Oye tronco,
¿vendes hielo?
Doña Dolores
contrae la cara y no puede evitar inmiscuirse en la conversación.
– Se llama Luis.
– ¿Tengo cara de
que me interese, vieja? – responde el siniestro dando muestras del rechazo que
le produce la anciana, que en ese momento se santigua.
– Oye joven,
tenga un poco de respeto por la señora, ella también tiene un nombre, es Doña
Dolores – le reprocha el tendero al hijo de Drácula.
– Veo que aquí
todos tenéis unos nombres preciosos. Pues yo también tengo uno y bien guapo. Me
podéis llamar “Cabrón Rabioso”. Así que ya puedes ir poniéndome dos bolsas de
hielo y un librillo de papel de fumar, calvito – le ordena a Luis en tono de
sorna.
Luis, que es un
señor muy prudente, opta por cerrar el pico y atender al señor Cabrón Rabioso
antes de que la situación se vaya de madre. No merece la pena discutir con
gentuza así y me menos estando una anciana delante que podría resultar dañada.
Doña Dolores
permanece impertérrita, sigue mirando al primo blanco de “Blade” de arriba abajo,
rollo escáner y con un gesto frío y serio. A Luis esa actitud de Doña Dolores
le pone nervioso. El señor Cabrón Rabioso podría interpretarla como un desafío.
– ¿Tienes
problemas de cadera, hijo? – interroga Doña Dolores al joven.
– ¿qué dice
ahora esta vieja loca? – pregunta ahora el siniestro al tendero.
Luis le responde
encogiéndose de hombros y levantando las cejas en señal de no tener respuesta.
– A mi hijo el
mayor, cuando iba al colegio, le tuvimos que poner un suplemento así en el
zapato izquierdo porque se le desgastaba el hueso de la cadera…
Luis, al darse
cuenta de a qué se refería la anciana, no sabía donde meterse. El paliducho
joven calzaba unas de esas botas de plataformas negras, llenas de tachuelas,
cadenas y demás cachivaches. De no ser porque Doña Dolores estaba senil, Luis
el tendero hubiera pensado que se reía de aquel flacucho con cara de muerto.
El joven,
incrédulo, se mira el zapato para después mirar a la anciana.
– Oye, chaval,
no se lo tengas en cuenta. La pobre es mayor y a veces dice cosas sin pensar… –
intenta mediar Luis.
El señor Cabrón
Rabioso mira a uno y a otro sin saber muy bien que hacer. Se siente humillado y
nota como una quemazón crece en su estómago. Está furioso. Introduce la mano en
uno de los bolsillos de su cazadora negra de tres cuartos y saca una navaja. Se
abalanza contra Doña Dolores.
– ¡Tú, vieja de
mierda! Ahora te vas a sentar ahí y te vas a callar la puta boca… – agarra a la
anciana por el cuello poniéndole la navaja sobre la mejilla y la sienta
bruscamente en una silla de enea. – y ¡tú, calvo de los cojones! No sólo vas a
darme lo que te pedí, sino que además me vas a dar todo el dinero que tengas en
la caja…
– Paco, ¿qué
prefieres que te haga para la cena? ¿Un poquito de pescado o una poquita de
verdura hecha así como a ti te gustan? – doña Dolores ha sacado el móvil, uno
de esos modelos de teclas gigantes especiales para ancianos, y está hablando
con su fallecido esposo. – Bueno, ya estamos con lo mismo de siempre… pues
mira, si no te decides ya sabes donde está el almacén de Luis, te vienes y se
lo dices tú. Ah, y no piques por ahí que después no me comes.
Luis está
pasmado mirando a su vieja clienta. El señor Cabrón Rabioso simplemente no da
crédito.
– Si que está
zumbada la vieja – piensa el siniestro en voz alta– Calvito, ¿te he dicho que
pares? Sigue haciendo lo que te acabo de pedir – amenaza a Luis señalándole la
caja con el cuchillo.
– Por favor,
joven, si quiere hacerme daño a mí, hágamelo. Pero haga el favor de dejar que
la señora se marche.
-Cállate la
jodida boca y sigue a lo tuyo. Aquí y ahora las normas las pongo yo. La vieja
se queda aquí y punto. ¿Pretende que la deje marchar para que, en cuanto salga
por la puerta, alerte a todo el barrio de lo que aquí esta sucediendo? ¿Piensas
que soy gilipollas?
Con un gesto
bastante violento arranca el móvil de las manos de la anciana. Doña Dolores no
parece asustada. En vez de mirar a su agresor con miedo le mira con un aire de
reproche. Como miraría a su nieto si le hubiera roto su jarrón favorito. Ahí
estaba Doña Dolores con sus brazos cruzados, monedero bajo el sobaco y roete
blanco impoluto.
Luis, por el
contrario estaba bastante asustado. Nunca había tenido que enfrentar una situación
similar a esta. Como mucho había pillado alguna vez a Diego, el hijo de la
carnicera robándole unos Donuts. Pero nada de importancia, cosas de críos. Sin
embargo ahora la cosa se había puesto fea. El olor a especias habitual de la
tienda de pronto era más intenso a la percepción de Luis así como el tic-tac
del reloj de pared que tenía sobre su cabeza. Termina de sacar hasta la última
moneda de la caja y se lo entrega todo al delincuente.
– Se lo pido por
favor no le haga daño, lo acaba de ver, hablaba con su marido que lleva dos
semanas muerto. No esta bien la mujer. No puede tomarse tan a pecho las
palabras de una pobre y enferma anciana.
– Bien, ahora
haremos lo siguiente, yo comenzaré a caminar hacia atrás lentamente. No quiero
movimientos bruscos. No quiero oír ni una sola palabra. Saldré de la tienda y
por vuestro bien, haced como si aquí no hubiera ocurrido nada. De lo contrario
sabré donde encontraros y os aseguro que si os vuelvo a hacer una visita no os
resultará nada agradable. Por lo demás, sólo deciros que gracias por estos
presentes – amenaza el señor Cabrón Rabioso utilizando un tono burlesco en esta
última frase de gratitud.
Ni Luis ni Doña Dolores
hacen ningún comentario al respecto. El escuálido atracador comienza a caminar,
dando pasos hacia atrás, en dirección a la puerta de la tienda sin quitarles
los ojos de encima a sus víctimas.
A tan solo dos
pasos de lograr su huida el ding-dong de la puerta suena a espaldas del señor
Cabrón Rabioso. Un intenso olor se hace presente en toda la tienda. El
atracador intenta girarse pero algo hace que espere unos segundos. La reacción
de Luis le ha descolocado. Luis tiene la cara desencajada y ha caído sobre las
estanterías que tiene detrás. Cayéndole encima todo tipo de latas de conservas.
Doña Dolores, por su lado, actúa con normalidad, sonríe incluso. Sin poder
reprimir más el acto instintivo, el señor Cabrón Rabioso mira a su espalda.
Sólo llega a ver como algo se le echa encima. Después todo se torna oscuro para
él.
A Luis le
tiemblan las piernas. El tacto húmedo y caliente sobre sus muslos le indica que
acaba de mearse encima. Está tirado en el suelo, rodeado de comida enlatada, y
con los músculos agarrotados por el miedo. Mira hacia arriba y ve como la cara
de Doña Dolores asoma por encima del mostrador preocupada por su estado.
– Luis, ¿estás
bien? Levántate, que ha venido mi Paco a verte – le comenta la anciana
divertida.
Luis, que se
niega a admitir que ha visto lo que acababa de ver, empieza a levantarse de
forma lastimosa. Cuando por fin logra la verticalidad, en su tienda sólo ve a Doña
Dolores. Ya no estaba el señor Cabrón Rabioso y mucho menos aquella cosa que
entró después. Sin embargo si que había algo que no le era familiar. Un sonido.
Un sonido baboso, pringoso. Y una especie de gruñido. Y ese olor…
Doña Dolores, al
otro lado del mostrador, permanecía mirando al suelo. Luis percibe que el
sonido proviene de ahí y se incorpora por encima para ver que sucede.
El señor Cabrón
Rabioso está tumbado boca arriba. Sobre él, un señor mayor con un estado de
putrefacción considerable está comiéndose sus entrañas.
– El “hijoputa”
éste siempre me hace lo mismo, Luis, – le dice Doña Dolores a un Luis que ya
está vomitando hasta por los ojos – pica por ahí y después no me come en casa.
Luis vuelve a
caer al suelo, exactamente al lugar de antes, y queda hecho un ovillo bañado
por sus propios vómitos. Doña Dolores vuelve a asomarse.
– Luis, ¿por qué
los paquetes de salchichas siempre llevan siete salchichas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario