jueves, 18 de octubre de 2012

"EL HIJOPUTA ESE..."

A continuación os dejo un relato corto que escribí hace unos meses y al que le tengo especial cariño.

Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo.







“EL HIJOPUTA ESE…”
Emilio J. Bernal

– ¿Por qué los paquetes de salchichas siempre llevan siete salchichas? -pregunta doña Dolores a Luis el tendero.
Luis, que conoce a doña Dolores desde hacía veinte años, es consciente de que la anciana "pierde" desde hacía un buen tiempo. Pero siempre fue una buena clienta, y aunque fueran ya las diez de la noche y estuviera a punto de echar el cierre, Luis le da cancha.
– Doña Dolores, ¿como está su marido? -pregunta Luis a la anciana siendo consciente de que Paco, su marido, falleció hace dos semanas.
– El "hijoputa" ese dando por culo, como siempre.
Doña Dolores siempre utilizó ese tipo de expresiones sin ningún tipo de maldad, y su matrimonio había sido idílico hasta el final. Luis los recuerda como dos abuelos cascarrabias que disfrutaban haciéndose rabiar mutuamente. Era su peculiar manera de demostrarse amor, fruto de cincuenta y seis años de soportarse sus manías.
– ¿Sabes que pasa hijo? Que cuando le hago salchichas, el viejo siempre quiere cuatro y yo me tengo que quedar con tres.
– ¿Y por qué no compra usted dos paquetes?, así serán pares.
– Luis no me líes, no me líes. ¿Para que quiero yo tantas salchichas?
El ding-dong de la puerta del establecimiento suena y entra un chico joven que parece salido de una película de Tim Burton. Doña Dolores se lo mira de arriba abajo con cara de asco a lo que el joven responde de igual manera y acto seguido se dirige a Luis.
– Oye tronco, ¿vendes hielo?
Doña Dolores contrae la cara y no puede evitar inmiscuirse en la conversación.
– Se llama Luis.
– ¿Tengo cara de que me interese, vieja? – responde el siniestro dando muestras del rechazo que le produce la anciana, que en ese momento se santigua.
– Oye joven, tenga un poco de respeto por la señora, ella también tiene un nombre, es Doña Dolores – le reprocha el tendero al hijo de Drácula.
– Veo que aquí todos tenéis unos nombres preciosos. Pues yo también tengo uno y bien guapo. Me podéis llamar “Cabrón Rabioso”. Así que ya puedes ir poniéndome dos bolsas de hielo y un librillo de papel de fumar, calvito – le ordena a Luis en tono de sorna.
Luis, que es un señor muy prudente, opta por cerrar el pico y atender al señor Cabrón Rabioso antes de que la situación se vaya de madre. No merece la pena discutir con gentuza así y me menos estando una anciana delante que podría resultar dañada.
Doña Dolores permanece impertérrita, sigue mirando al primo blanco de “Blade” de arriba abajo, rollo escáner y con un gesto frío y serio. A Luis esa actitud de Doña Dolores le pone nervioso. El señor Cabrón Rabioso podría interpretarla como un desafío.
– ¿Tienes problemas de cadera, hijo? – interroga Doña Dolores al joven.
– ¿qué dice ahora esta vieja loca? – pregunta ahora el siniestro al tendero.
Luis le responde encogiéndose de hombros y levantando las cejas en señal de no tener respuesta.
– A mi hijo el mayor, cuando iba al colegio, le tuvimos que poner un suplemento así en el zapato izquierdo porque se le desgastaba el hueso de la cadera…
Luis, al darse cuenta de a qué se refería la anciana, no sabía donde meterse. El paliducho joven calzaba unas de esas botas de plataformas negras, llenas de tachuelas, cadenas y demás cachivaches. De no ser porque Doña Dolores estaba senil, Luis el tendero hubiera pensado que se reía de aquel flacucho con cara de muerto.
El joven, incrédulo, se mira el zapato para después mirar a la anciana.
– Oye, chaval, no se lo tengas en cuenta. La pobre es mayor y a veces dice cosas sin pensar… – intenta mediar Luis.
El señor Cabrón Rabioso mira a uno y a otro sin saber muy bien que hacer. Se siente humillado y nota como una quemazón crece en su estómago. Está furioso. Introduce la mano en uno de los bolsillos de su cazadora negra de tres cuartos y saca una navaja. Se abalanza contra Doña Dolores.
– ¡Tú, vieja de mierda! Ahora te vas a sentar ahí y te vas a callar la puta boca… – agarra a la anciana por el cuello poniéndole la navaja sobre la mejilla y la sienta bruscamente en una silla de enea. – y ¡tú, calvo de los cojones! No sólo vas a darme lo que te pedí, sino que además me vas a dar todo el dinero que tengas en la caja…
– Paco, ¿qué prefieres que te haga para la cena? ¿Un poquito de pescado o una poquita de verdura hecha así como a ti te gustan? – doña Dolores ha sacado el móvil, uno de esos modelos de teclas gigantes especiales para ancianos, y está hablando con su fallecido esposo. – Bueno, ya estamos con lo mismo de siempre… pues mira, si no te decides ya sabes donde está el almacén de Luis, te vienes y se lo dices tú. Ah, y no piques por ahí que después no me comes.
Luis está pasmado mirando a su vieja clienta. El señor Cabrón Rabioso simplemente no da crédito.
– Si que está zumbada la vieja – piensa el siniestro en voz alta– Calvito, ¿te he dicho que pares? Sigue haciendo lo que te acabo de pedir – amenaza a Luis señalándole la caja con el cuchillo.
– Por favor, joven, si quiere hacerme daño a mí, hágamelo. Pero haga el favor de dejar que la señora se marche.
-Cállate la jodida boca y sigue a lo tuyo. Aquí y ahora las normas las pongo yo. La vieja se queda aquí y punto. ¿Pretende que la deje marchar para que, en cuanto salga por la puerta, alerte a todo el barrio de lo que aquí esta sucediendo? ¿Piensas que soy gilipollas?
Con un gesto bastante violento arranca el móvil de las manos de la anciana. Doña Dolores no parece asustada. En vez de mirar a su agresor con miedo le mira con un aire de reproche. Como miraría a su nieto si le hubiera roto su jarrón favorito. Ahí estaba Doña Dolores con sus brazos cruzados, monedero bajo el sobaco y roete blanco impoluto.
Luis, por el contrario estaba bastante asustado. Nunca había tenido que enfrentar una situación similar a esta. Como mucho había pillado alguna vez a Diego, el hijo de la carnicera robándole unos Donuts. Pero nada de importancia, cosas de críos. Sin embargo ahora la cosa se había puesto fea. El olor a especias habitual de la tienda de pronto era más intenso a la percepción de Luis así como el tic-tac del reloj de pared que tenía sobre su cabeza. Termina de sacar hasta la última moneda de la caja y se lo entrega todo al delincuente.
– Se lo pido por favor no le haga daño, lo acaba de ver, hablaba con su marido que lleva dos semanas muerto. No esta bien la mujer. No puede tomarse tan a pecho las palabras de una pobre y enferma anciana.
– Bien, ahora haremos lo siguiente, yo comenzaré a caminar hacia atrás lentamente. No quiero movimientos bruscos. No quiero oír ni una sola palabra. Saldré de la tienda y por vuestro bien, haced como si aquí no hubiera ocurrido nada. De lo contrario sabré donde encontraros y os aseguro que si os vuelvo a hacer una visita no os resultará nada agradable. Por lo demás, sólo deciros que gracias por estos presentes – amenaza el señor Cabrón Rabioso utilizando un tono burlesco en esta última frase de gratitud.
Ni Luis ni Doña Dolores hacen ningún comentario al respecto. El escuálido atracador comienza a caminar, dando pasos hacia atrás, en dirección a la puerta de la tienda sin quitarles los ojos de encima a sus víctimas.
A tan solo dos pasos de lograr su huida el ding-dong de la puerta suena a espaldas del señor Cabrón Rabioso. Un intenso olor se hace presente en toda la tienda. El atracador intenta girarse pero algo hace que espere unos segundos. La reacción de Luis le ha descolocado. Luis tiene la cara desencajada y ha caído sobre las estanterías que tiene detrás. Cayéndole encima todo tipo de latas de conservas. Doña Dolores, por su lado, actúa con normalidad, sonríe incluso. Sin poder reprimir más el acto instintivo, el señor Cabrón Rabioso mira a su espalda. Sólo llega a ver como algo se le echa encima. Después todo se torna oscuro para él.
A Luis le tiemblan las piernas. El tacto húmedo y caliente sobre sus muslos le indica que acaba de mearse encima. Está tirado en el suelo, rodeado de comida enlatada, y con los músculos agarrotados por el miedo. Mira hacia arriba y ve como la cara de Doña Dolores asoma por encima del mostrador preocupada por su estado.
– Luis, ¿estás bien? Levántate, que ha venido mi Paco a verte – le comenta la anciana divertida.
Luis, que se niega a admitir que ha visto lo que acababa de ver, empieza a levantarse de forma lastimosa. Cuando por fin logra la verticalidad, en su tienda sólo ve a Doña Dolores. Ya no estaba el señor Cabrón Rabioso y mucho menos aquella cosa que entró después. Sin embargo si que había algo que no le era familiar. Un sonido. Un sonido baboso, pringoso. Y una especie de gruñido. Y ese olor…
Doña Dolores, al otro lado del mostrador, permanecía mirando al suelo. Luis percibe que el sonido proviene de ahí y se incorpora por encima para ver que sucede.
El señor Cabrón Rabioso está tumbado boca arriba. Sobre él, un señor mayor con un estado de putrefacción considerable está comiéndose sus entrañas.
– El “hijoputa” éste siempre me hace lo mismo, Luis, – le dice Doña Dolores a un Luis que ya está vomitando hasta por los ojos – pica por ahí y después no me come en casa.
Luis vuelve a caer al suelo, exactamente al lugar de antes, y queda hecho un ovillo bañado por sus propios vómitos. Doña Dolores vuelve a asomarse.
– Luis, ¿por qué los paquetes de salchichas siempre llevan siete salchichas?

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